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La noche del 3 de septiembre de 1982 dos escuadrones de asesinos de la mafia armados con kaláshnikovs abrieron fuego contra el coche en el que viajaba el general de los Carabineros Carlo Alberto Dalla Chiesa, célebre por su lucha contra el terrorismo en los años 70, que meses antes había sido nombrado Prefecto de Palermo con la misión de pacificar la isla y poner fin a la violencia desatada por la Segunda guerra de la mafia.
Aunque el grueso de las matanzas se cometió entre 1981 y 1983, cuando llegó a contabilizarse más de un muerto diario hasta llegar a más de 1.000 -en su mayoría mafiosos de clanes rivales-, desde finales de los 70 los jefes mafiosos habían decidido atacar al Estado haciendo desaparecer a figuras clave, como el político unionista y comunista Pio La Torre, el presidente del Gobierno Regional de Sicilia Piersanti Mattarella, el jefe de policía Boris Giuliano, el fiscal jefe Cesare Terranova (su sucesor, Rocco Chinnici, sería también asesinado en 1983) y el también magistrado Gaetano Costa.
Quien tiene miedo muere a diario
Trad. de David Paradela. Gatopardo. 267 páginas. 20,95 € Ebook: 11,95 €
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Sin embargo, el asesinato de Dalla Chiesa (junto a su mujer y su escolta) marcaría un punto de inflexión. En el lugar de la matanza apareció un letrero inolvidable: "Aquí murió la esperanza de los palermitanos honrados". "La rabia y la indignación se apoderaron de la ciudad. El funeral se celebró el 5 de septiembre. La multitud era inmensa, había codazos para entrar en la iglesia y dar rienda suelta a la rabia acumulada a lo largo de aquellas horas. Todos los políticos presentes recibieron abucheos. El cardenal Pappalardo pasó a la historia de nuestro país al pronunciar aquella frase: "Dum Romae consulitur, Saguntum expugnatur" ("mientras en Roma se discute, Sagunto es conquistada"), que valió más que el más severo de los discursos".
Un muerto cada día
Así recuerda aquel tenso momento el ex magistrado y ex político italiano Giuseppe Ayala (Caltanissetta, 1945), que un año antes había llegado a Palermo como fiscal auxiliar, y que tras muchos años vuelca sus recuerdos de la convulsa década de los 80 y de la férrea lucha judicial en la que se embarcaron un puñado de valientes servidores públicos en Quien tiene miedo muere a diario (Gatopardo), título extraído de una frase del juez Paolo Borsellino: "Es bonito morir por aquello en lo que crees; quien tiene miedo muere a diario, quien no tiene miedo solo muere una vez", otro de los grandes protagonistas de estas páginas.
En ellas, Ayala, uno de los pocos supervivientes de esa época, explica minuciosamente cómo fueron encajando las piezas judiciales que llevarían al famoso Maxiproceso, el mayor juicio de la historia emprendido por un Estado contra una organización criminal. Además, narra también, como dice, "la historia de una gran amistad nacida por azar y vivida entre dramas y sucesos", la que lo unió al citado Borsellino y, especialmente, al archiconocido Giovanni Falcone, y a tantos otros compañeros de la lucha antimafia: los magistrados Antonino Caponnetto y Giuseppe Di Lello, el subcomisario de policía Ninni Cassarà, asesinado en 1985...
Hoy, el imaginario creado por la literatura y, especialmente, la televisión y el cine, han hecho de la mafia un elemento más de la cultura popular, pero en los primeros años 80, la situación era muy distinta, incluso en la propia Sicilia. De hecho, los mafiosos jamás usaban esa palabra, sino el término "Cosa Nostra". Como ha explicado una autoridad en el tema como Andrea Camilleri, esas cinco letras sólo se enunciaban una vez cerradas las puertas de la casa, para que no las oyeran los extraños. Nadie quería admitir lo que se escondía detrás de ellas. Hasta que todo explotó.
"Hasta finales de los 70, la Cosa Nostra había querido ser lo menos visible posible, pero en los 80 declararon abiertamente la guerra al Estado"
"Hasta finales de los años 70, la Cosa Nostra siempre había tenido mucho cuidado en hacerse lo menos visible posible, en tejer sus redes clientelares en la sombra. Esa tradición fue interrumpida por los llamados Corleonesi [familia mafiosa oriunda del pueblo de Corleone], liderado primero por Luciano Liggio y luego por Salvatore Riina y Bernardo Provenzano, que se convirtieron en protagonistas de un cambio radical de estrategia", explica Ayala. "Para hacerse con la dirección de la organización no dudaron en matar a los mafiosos que se oponían a su "plan hegemónico", como lo definió Falcone, y al mismo tiempo atacaron al Estado asesinando a representantes de las instituciones implicadas en la lucha antimafia".
"Así era Palermo en 1982. Una ciudad arrastrada a una espiral de violencia, sangre y terror en la que yo y muchos otros advertíamos una paradoja absurda. No estábamos ante un acto de subversión política, un levantamiento de masas, una revolución. No. Era la mafia, que recurría a la guerra con el fin de calibrar sus equilibrios internos y debilitar la acción del Estado", recuerda Ayala. Sin embargo, también eso habría de cambiar pronto. Poco antes de morir, Dalla Chiesa había remitido a la Fiscalía de Palermo un documento que sería clave en los hechos posteriores, el llamadoInforme de los 162. Este era un documento elaborado conjuntamente por la policía y los Carabinieri que reconstruía el organigrama de las familias mafiosas de Palermo a través de investigaciones y controles escrupulosos. Su autor, el citado Cassarà, a quien costaría la vida, sugería de la idea de que para derrotar a la mafia era necesario tener una visión global de su estructura.
El mayor juicio de la historia
Estos datos despertarían la intuición del juez Falcone y pondrían patas arriba la forma de instruir los juicios contra unos mafiosos que llevaban años eludiendo la justicia por falta de pruebas. "Giovanni [Falcone] era un fuera de serie. Tenía una visión que estaba más allá de la de cualquier otra persona. Esto le permitió concebir y poner en práctica el llamado "método Falcone" que nos llevó a resultados hasta entonces inimaginables", rememora Ayala. El juez se propuso algo inaudito, seguir los rastros de las cuentas bancarias y las finanzas para llegar hasta los criminales. "Dado que Palermo era para la mafia la base de operaciones de un tráfico que se ramificaba hasta el otro lado del océano y del Mediterráneo, las investigaciones relativas a ese tráfico debían hacer lo mismo. No había que imponerse más fronteras que las que determinase la localización de la droga y de los capitales vinculados a ella. Años más tarde, sinteticé esta idea tan formidable en una simple afirmación: 'Puede que la droga no deje rastro; el dinero, sin duda, sí lo deja'".
Dicho y hecho. Las diligencias bancarias se convirtieron en el eje del nuevo modelo de instrucción y poco a poco fueron vinculando las piezas: los canales extranjeros del narcotráfico, los negocios legales e ilegales, las conexiones entre familias y con la política... Las investigaciones llevaron a todos los fiscales palermitanos de entonces a establecer relaciones con homólogos de toda Italia, pero también de Francia, Suiza, Egipto, Estados Unidos, Brasil... Redadas gigantescas desmantelaron redes internacionales de tráfico de heroína que llegaban hasta Tailandia.
"Todos aquellos que creímos en las bondades del método Falcone nos comprometimos al máximo de nuestras posibilidades y es innegable que esto llevó a la obtención de resultados que hasta entonces ni siquiera habían sido imaginables". En el libro, Ayala narra estos éxitos aderezados con alusiones a las extenuantes jornadas de trabajo, los arduos interrogatorios o las incomodidades de vivir rodeados de cada vez mayor escolta. "No puedo negar que la conciencia de los riesgos que corríamos estaba muy presente en cada uno de nosotros. Pero la fuerza de ser un equipo era más fuerte que cualquier miedo o preocupación".
"El Maxiproceso logró una sentencia histórica. La sentencia impuso 19 cadenas perpetuas y 2.665 años de prisión a los 360 condenados"
Además de estos grandes logros, el gran golpe de efecto contra la mafia vendría paradójicamente de su seno, como respuesta a la sangrienta guerra interna que se cobró las comentadas más de 1.000 víctimas. Muchos integrantes de las familias mafiosas palermitanas, los "perdedores" del conflicto, decidieron colaborar con la justicia. Se los llamó pentiti (arrepentidos), y sus testimonios serían clave. "El conocimiento real de lo que era la mafia se vio facilitado por la llegada de algunos mafiosos que decidieron colaborar con nosotros, principalmente por venganza", apunta Ayala.
El nombre propio de este fenómeno fue Tommaso Buscetta. "Estaba escondido en Brasil, a donde había huido tras ser detenido en Italia. Los Corleonesi, al no encontrarlo, habían matado a sus dos hijos y a uno de sus hermano en Palermo. Así que cuando fue arrestado por los brasileños [país donde tenía un complejo entramado de tráfico de heroína y cocaína oculto tras negocios legales como pizzerías y lavados de coches] y entregado a nosotros, decidió utilizarnos para llevar a cabo esa venganza".
Las declaraciones que Buscetta hizo ante Falcone, Borsellino y Ayala demostrarían la verdad de todo lo narrado en el Informe de los 162 y propiciarían el conocido como Maxiproceso. Ayala fue nombrado fiscal jefe de la acusación en un juicio que se extendió entre febrero de 1986 y diciembre de 1987 y en el que fueron acusadas 474 personas, aunque 119 de ellas debieron ser juzgados in absentia. "Este proceso constituye el momento más alto alcanzado por el Estado en la lucha contra el fenómeno mafioso. La sentencia impuso 19 cadenas perpetuas y 2.665 años de prisión a los 360 condenados", afirma orgulloso Ayala. "Fue un trabajo que no es fácil de describir. Hasta el día de hoy todavía me pregunto cómo lo hice. No lo sé. Pero lo hice", remacha el juez, que en el libro relata que tras leer durante varios días sus conclusiones acusatorias las piernas no le sostuvieron y la escolta tuvo que llevarle en brazos.
Una oportunidad perdida
Pero pese al éxito del Maxiproceso y a que, como destaca Ayala, "el clima social de connivencia y respeto hacia la mafia entró para siempre en crisis", el Estado no supo aprovecharlo para darle el golpe de gracia. Tras el revuelo montado con el juicio, los responsables fueron convenientemente orillados a puestos menos comprometidos y Falcone fue privado de acceder al Consejo Superior de la Magistratura. Como repite insistentemente el libro: "El combate contra la mafia se libra en Palermo, pero se gana o se pierde en Roma". "El Estado había decidido echar el freno justo cuando empezaba a obtener resultados prometedores. ¿Y por qué? Porque dentro del Estado estaba la mafia. Quien tenga otra explicación razonable que levante la mano", razona con dureza Ayala.
Las páginas finales de su libro, teñidas de amargura, dan cuenta del cruel fin que encontrarían sus dos amigos pocos años después, en 1992, con apenas meses de diferencia. Los asesinatos de Falcone y Borsellino han sido narrados y llevados a la pantalla muchas veces, pero Ayala los recuerda en apenas tres párrafos. Él iba a subirse a aquel coche que el 23 de mayo 4.000 kilos de explosivos harían volar por los aires. "Yo tenía que haber estado allí, a las 17:59 de aquel sábado en el que un nuevo atentado mafioso segó cinco vidas y la dignidad de este país". El domingo 19 de julio, tras oír una enorme explosión salió a la calle. "La escolta me siguió. Al cabo de doscientos metros nuestros ojos se vieron asaltados por una imagen que ningún ser humano debería contemplar. Y que no describiré. Tropecé con el torso quemado de un hombre. Era lo que quedaba de Paolo Borsellino. Fui el primero en verlo en ese estado. Seré el último en olvidarlo".
"Como decía Falcone, la mafia es un fenómeno humano y, como todos, tuvo un comienzo e, inevitablemente, también tendrá un final"
Optimista tras tantos años, a pesar de la crudeza, Ayala advierte que "no es correcto pensar que después del Maxiproceso hemos vuelto a las condiciones anteriores. La lucha contra el fenómeno mafioso la siguen llevando a cabo los compañeros más jóvenes que han ocupado nuestro lugar. Por supuesto, no se puede decir que la mafia haya sido derrotada, pero es innegable que se encuentra en dificultades. Incluso si la pelea no hay duda de que será larga y agotadora", reconoce.
No obstante, el juez celebra que a raíz del trabajo propio y de sus compañeros, "se ha abandonado la sangrienta estrategia de los Corleonesi. La mafia no ha matado a representantes de las instituciones desde hace más de treinta años. Apagaron los focos y regresaron a la clandestinidad tradicional. Y esto, sin duda, hace más difícil contrarrestarlo hasta el final. Pero, como decía Falcone, la mafia sigue siendo un fenómeno humano y, como todos los demás, tuvo un comienzo y una continuidad pero, inevitablemente, también tendrá un final. El problema es pensar en cuándo sucederá esto. No creo que sea pronto, pero estoy seguro de que ese momento llegará", concluye.