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A simple vista

Necesitaba decir que se arrepentía

El problema no es lo que dice 'El odio', el libro sobre José Bretón, sino su mera concepción: poner a la venta la versión nunca vista (pasen y lean, oiga) del asesino de sus dos hijos frente al espejo rotísimo de una madre que solo pedía silencio.

José Bretón, en el juicio.
José Bretón, en el juicio.MADERO CUBERO
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Hace tiempo, un asesino muy mediático me envió una carta desde prisión y me propuso que escribiera su libro. Lo pensé, hubo gente que me animó a hacerlo, se lo conté muy contento a una editorial. Mi hijos eran pequeños entonces. Me pusieron una bonita cifra delante. El dinero me habría venido de fábula. Dije que no. No es que yo fuera más audaz o más bueno. Es que le pregunté antes a mi madre.

El Dolor con mayúsculas. El dolor ajeno que a veces inventariamos igual que un entomólogo pincha un insecto en un corcho. El dolor al cubo de esas madres. Ese cuchillo afiladísimo con el que no conviene jugar.

En 2011, un hombre llamado José Bretón narcotiza a sus hijos de seis y dos años y luego los quema utilizando 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil para hacer daño a la madre. Otro hombre -Luisgé Martín- escribe ahora un libro a espaldas a esa mujer titulado El odio en el que da voz al asesino.

«Necesitaba decir que me arrepiento», se justifica Bretón. «Que el hombre que mató a Ruth y José quiere pedir perdón por el daño que hizo», leemos.

Hoy, el medio es el mensaje (McLuhan). El problema no es lo que dice el libro (o no solo) ni cómo está escrito, sino el libro en sí mismo, su mera concepción: poner a la venta la versión nunca vista (pasen y lean, oiga) del asesino de sus dos hijos frente al espejo rotísimo de una madre que solo pedía silencio.

«Llueve sobre el dolor de las madres, que es tres veces dolor», escribía León de Aranoa. «Llueve, digámoslo ya, por no llorar».

(...)

Lo peor que le podría pasar a Anagrama es que el libro (paralizado por la Justicia) se vendiera como rosquillas a 17,95 euros; que la cubierta ocupase el espacio de los más vendidos en las librerías; que fuese el gran hito lucrativo de la editorial en 2025; ese neón.

Porque ni el libro es un viaje a la mente del asesino, ni Luisgé es Capote ni Carrère (quién lo es), ni los tiempos de El odio tienen nada que ver con los de A sangre fría.

Pero hablemos del mal. Cuando Arendt hablaba de la banalidad del mismo supongo que no solo se refería a lo evidente: «Algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos», escribía la filósofa. «El mayor mal es el mal que no puede ser juzgado porque se ha banalizado».

Anagrama tiene que estar sufriendo con el daño reputacional. Supongo que Luisgé Martín esperaba otra cosa. Bretón se muestra atormentado en el libro, casi nos da pena: «Leí en un periódico una entrevista con ella en la que decía que tenía miedo de que yo saliera de la cárcel porque podría querer hacerle daño, matarla a ella también. Y eso me entristeció. Es ella la que tendría razones para matarme a mí, no al revés».

Qué quieren que les diga. Me quedo con el dolor triple de la madre, que estos días revive cómo sus hijos vuelven a morir de la misma manera. O de peor forma.

«¿Cuántas veces, desde el 8 de octubre de 2011, Ruth Ortiz ha deseado estar muerta?», se pregunta el autor en el libro.

Le contestamos: sin duda alguna, estas semanas.